lunes, 2 de septiembre de 2013

Adiós al Charlot de Tenerife que grabó el Carnaval de antaño

Pantalones enormes, dos medios bombines de unas caretas del Gordo y el Flaco a modo de sombrero, unos zapatos de camarero puestos al revés y... así comenzó a recorrer las calles de Santa Cruz Pedro Gómez Cuenca, el Charlot de Tenerife. El mayor embajador que ha tenido la fiesta de la máscara desde que en 1958 -cuatro años después de casarse- venciera su timidez gracias a su esposa, Victoria Álvarez. Todo comenzó como una broma entre novios. El llevaba un pequeño cepillito de grabador en su bolsillo y, para cortejar a Victoria, lo sacaba y se lo ponía a modo de bigote. Como Charlot.

Ayer, poco después de las 18:00 horas, fallecía en la clínica Quirón de la capital tinerfeña Pedro Gómez Cuenca, quien ingresó hace una semana. Ya el pasado enero empeoró y su esposa quiso ofrecer una entrevista junto a su marido para, antes de que el alzheimer borrara su memoria, agradecer tanto cariño recibido en décadas.

Hijo de Enrique Gómez, un carpintero especialista en escaleras y de una ama de casa, Pedro era el más pequeño de tres hermanos, los dos ya fallecidos: Enrique, forjador, y Carmen, modista.

El padre de Pedro Gómez Cuenca murió cuando él tenía 7 años, tres antes de la Guerra Civil. Con 10 años dejó Madrid, junto a sus hermanos lo trasladaron a un pueblo de Barcelona, a casa de unos padrinos sin hijos.

Cuando finalizó la guerra, a su hermano lo metieron prisionero en el campo del Real Madrid por luchar con la República. Al término de la guerra, volvió a Madrid.

Natural de la localidad madrileña de Cuatro Caminos, cuando su madre enviudó se empeñó en que no abandonara la formación para trabajar, por lo que estudió en la Escuela de Artes y Oficios, hasta constituirse en un gran grabador artístico y joyero. Integró la plantilla de la firma Guiserís, en la madrileña calle de Montera, hasta que un amigo le propuso trasladarse a Barcelona o Tenerife. En 1955 ya estaba casado y su esposa no lo dudó. Ella, que trabajó en la empresa Telefunken, ya había estado en Barcelona y prefirió venir a Tenerife. Pedro puso una condición: "Conseguir trabajo y tener trabajo". Por ello, remitió un muestrario a la Joyería Purriños, a Mercedes Claveríe y a Rosendo. Fue la llave maestra que le permitió garantizarse un sustento. Primero vino él y, más tarde, su familia. En su domicilio estableció su taller de grabador; esta estancia la ocupa su particular museo del Carnaval.

Cuenta Cirilo Leal en su libro "Personajes de Carnaval" la primera experiencia de Pedro Gómez Cuenca con su personaje: "En 1958 salí por primera vez y, aunque temblaba de miedo, le gustó a la gente. Al año siguiente volví a salir y fue cuando un señor, vestido de novia, empezó a perseguirme y, sin querer montamos un espectáculo. La novia no dejaba de perseguirme y yo, para escaparme, me subía a los descapotables, entraba por una puerta y salía por otra".

Pedro fue de esos carnavaleros que se echaron a la calle cuando la fiesta de la máscara estaba prohibida y limitada a reducidos círculos. Uno de aquellos años un guardia lo detuvo y su esposa se encaró y le espetó: "¿Por qué se mete con él? ¿No ve que no lleva máscara? El policía lo miró de arriba a abajo y exclamó. ¡Pues lleva usted razón: no lleva careta!".

En 1976, el Charlot de Tenerife participa junto a la embajada chicharrera que exportó el Carnaval a Las Palmas y conoció a Santiago García Díaz (1928-2001). "Ese año empezó mi amistad con Santiago. Ese año el recorrido del carnaval era desde la Isleta hasta la plaza de Santa Catalina, donde nos encontramos y desde esa fecha mantuvimos la amistad". Santiago García se inicia en el personaje y Pedro Gómez Cuenca ya llevaba veinte años, lo que le permitió intercambiar guiños, trucos...

Pedro Gómez Cuenca planeó ir a conocer en persona a Chaplin, a través de una invitación de la señora Meyer, esposa de un touroperador, pero enfermó y falleció antes de comenzar el viaje. En otra oportunidad intentó conocer a Geraldine Chaplin, que se alojó en un hotel del Puerto de la Cruz. Él solo quiso regalarle una pitillera de plata con la figura del padre grabada. Pero ella se negó...

En la vitrina del museo del Carnaval doméstico de la familia Gómez Álvarez destaca la Cruz Oficial de la Orden al Mérito Civil que le concedió en 1980 la Casa Real. En agradecimiento, Pedro le grabó con su arte una bandeja que regaló a la reina quien, en una visita a la Isla, pidió conocer al hombre que con sus manos había logrado dar el realce de los ojos del Príncipe en una bandeja de plata. "Parecían reales", le dijo doña Sofía.

Pedro Gómez Cuenca, premio Opelio Rodríguez Peña, promocionó como nadie el Carnaval. En 1989, el magazine belga Uit publicó: "Charlot no ha muerto, vive en Tenerife". Era la cara del Carnaval que lo promocionó en Fitur, Cádiz, Río de Janeiro, Düsseldorf, Bélgica, Amberes, Luxemburgo, Cuba, Chile... Con su muerte, el Carnaval llora a un hombre pequeño de talla que hizo grande el Carnaval sin que fuera necesario que pronunciara palabra para demostrar cuánto amó la fiesta.

Humberto Gonar

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