Como esta, unas 20.000 historias cargadas de humor, sexo, descaro y desenfreno recorrieron ayer las calles de Santa Cruz acompañando a la Sardina del Carnaval chicharrero antes de que fuese incinerada. Si se comparan los datos con ediciones anteriores, la verdad es que este año no eran muchos los viudos y viudas que, embriagados por el dolor y por otras cosas, derramaban lágrimas por el desafortunado pescado y porque ya comienza la cuenta atrás para que la fiesta carnal se despida, pero el cachondeo y las ganas de pasarlo bien eran más que suficientes.
Para el entierro de la Sardina no hay orden ni organización ni aforo que valga. Saldrán más o menos viudas y viudos, el público será más o menos escaso, y el desfile será más o menos lento, pero al final lo que queda en la calle es la imaginación, el vacilón y la intensidad de cómo lo viven aquellos que sí se animan a acompañarla. Y los de anoche, pasárselo, se lo pasaron muy bien. Por mucho que haga frío o llueva y por mucho que cambie el recorrido, que fue lo que pasó ayer, el pobre pescado no estaba sola, "estaba de parranda", decían unos curas mientras bendecían y confesaban a algunos de los asistentes. Diseñada un año más por Elena González, y custodiada por la Ni Fú Ni Fá, la Sardina partió ayer de Ramón y Cajal en lugar de hacerlo de Juan Pablo II.
El motivo, que los bares, cafeterías, restaurantes y comercios de la primera calle presentaron en el Organismo Autónomo de Fiestas de la capital una queja con 700 firmas porque este año los habían dejado sin Cabalgata debido al cambio del recorrido de esta por razones de seguridad, para que las carrozas no bajaran por calles "con pendiente". El Consistorio, para contentarlos, les ofreció, al menos, la Sardina y el compromiso de que estudiará recuperar el tradicional trayecto de la Cabalgata. Mientras los negocios intentaban hacer caja, con 800 metros más de desfile, un poco menos de lo que el Ayuntamiento le quitó a la Cabalgata, la Sardina, arrastrada por Grúas Cuchi, siguió su camino y fue quemada en La Avenida Marítima casi a las dos de la mañana. Pero las viudas y viudos y todos aquellos que forman parte de la comitiva del pescado no tenían prisa alguna.
El desfile comenzó 16 minutos más tarde de lo previsto. Al principio, muy pocas viudas y bastante tímidas. A medida que el recorrido iba avanzado y que los vasos se iban vaciando, "y no porque bebamos, sino por olvidar el disgusto", la comitiva se iba tirando al suelo invadida por el dolor. Los lamentos eran cada vez mayores y los acompañantes iban aumentando. El público no paraba de sonreír y los turistas que por allí estaban agotaban las baterías de las cámaras. Muchos mostraron su sorpresa ante una viuda que portaba un árbol de Navidad con toda la decoración incluida. Romana Carandino, que nació en Italia pero que lleva en Santa Cruz 35 años, explicaba que no era un árbol sino su cochino negro disfrazado. "Quería venir al entierro y la única manera de poder traérmelo era disfrazándolo de pino. Es que si no el Seprona de la Guardia Civil me multa", contaba, bastante seria por cierto, lo que provocaba aún más las carcajadas del público.
Al ritmo de Mami que será lo que tiene el negro y Desnúdate Mujer, de Frankie Ruiz, un grupo de viudas transportaba un ataúd, auténtico por cierto, calle abajo. Una se metió en él, mientras las demás lloraban la pérdida. Los turistas con los ojos que se le salían de las órbitas, preguntándose qué era aquello. En el desfile, también había gaiteros; Las Celias con sus perros; las Magas con su mantel en el suelo; un alma en pena con las bragas por los tobillos con Bugs Bunny, el conejo, en medio; guardias civiles desafiando la supuesta prohibición de utilizar el uniforme de la Benemérita como disfraz; Sor Citroen repartiendo cariño; la Lecherita, porque no se pierde una... y así los miles de carnavaleros que cada año son fieles a su Sardina. Ésta anoche murió, pero al Carnaval aún le queda "pescado que vender".
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