viernes, 27 de enero de 2017

El pirata Amargo

Funcionario de carrera, Juan Royo tuvo la dicha de ser durante dos meses el gerente de Fiestas en el año 2007. Fueron dos meses; los suficientes para vivir en primera persona un Carnaval inolvidable, que inmortalizaría Rafael Amargo, el bailarín que cobró un millón de euros por dirigir la gala, que trajo a Belén Esteban, a la sobrina de Rocío Jurado o que no quería mujeres gruesas en las comparsas.


Ayer, el salón de actos de la Mutua de Accidentes de Canarias acogió la presentación de la novela "Un Carnaval Amargo", editado por Anghel Morales -Aguere e Idea-, que ya está a la venta en las principales librerías.

El autor insiste en que tanto las situaciones como los perfiles de Rafa Bailaor y el concejal Babalú -que echó ocho caracoles para leer el futuro- poco tienen que ver con la realidad. Pero el lector no debe olvidar que quien escribe es el gerente de esa edición y la sucesión de hechos coincide con las informaciones de la época.

Pero la novela tiene alma y mucho humor. Socarronería canaria sobre todo si se pone cara a los protagonistas de la novela, en la vida real. Y hasta claves que ahora, con el paso del tiempo, permiten conocer lo bien que les vino a los gestores de la época el escándalo mediático de Amargo.



Arranca la novela con una descripción de los primeros pasos pretéritos del Carnaval para contextualizar a Babalú, el concejal de los caracoles. Por aquella época, en la vida real, el edil era Hilario Rodríguez. En la novela se precisa que no soportaba a Amargo, que siempre lo quiso cambiar y que solo fue el alcalde -entonces era Miguel Zerolo- quien lo convenció para que lo dejara.

La novela no olvida la tensión entre el concejal de Fiestas y el equipo del bailador, la coincidencia de la denuncia que presentaron los vecinos del centro por el ruido del Carnaval en la calle con la denuncia por el caso Las Teresitas a las puertas de las elecciones municipales.

Se desvela la llamada del obispo al alcalde para que se sustituyera la cruz de Belén Esteban en la gala, o se palpa la relación del concejal con su equipo, de la que no se libra el gerente -autor de la novela-.

Al final, lo menos importante fue lo que dijo Amargo, si se compara con los vericuetos de la organización, al menos de aquel año. Claro que todo esto es una novela: "Un Carnaval Amargo".

Humberto Gonar

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