Entre un amplio catálogo de cachivaches y accesorios decorativos, el bueno de Cruz calcula que tiene más de cien fantasías en sus armarios. Al traje de fallera que se confeccionó él mismo con telas traidas de Valencia en los año s90 le guarda un especial cariño. "Me lo hizo una costurera y puede que hoy día valga más de mil euros", relataba ayer ante cerca de 150 fotos en las que es posible apreciar a distintas personalidades de la sociedad teldense. También destaca el éxito que cada año le reporta un logrado disfraz de cigarrera con el que ofrece desde tabaco a preservativos, pasando por compresas y otra serie de instrumentos.
Su gusto por este mundillo procede casi de su infancia. "Cuando era joven me quedaba embelesado viendo entrar a la gente disfrazada en el Casino. Eran las fiestas de invierno, unas celebraciones que no estaba muy bien vistas, pero a mí eso me llamaba la atención. En cuanto tuve 18 años me hice socio y comencé a disfrutar de bailes y encuentros", explica mientras rescata de su memoria mil y una anécdotas. El intento de detención que sufrió a manos del guardia Cordero y el sargento Martel por acceder al bar Buenaventura con una careta o la 'trastadilla' que le hizo a su hermana coger su traje de novia y hacerse pasar por una espontánea en la sociedad recreativa de San Juan son sólo algunas de ellas.
Con Pepoli y Carmelo Martín
Y es que a Mauricio siempre le encadiló el cachondeo carnavalero. Sus trajes, en compañía de personas tan conocidas en Telde como Pepoli o el fallecido concejal Carmelo Martí, no dejaban indiferente a nadie y eran la comidilla de aquellos días de diversión. En realidad, no han dejado de tener éxito. Para el de fallera, Mauricio y uno de sus amigos tunearon un carromato con medio naranjo que se trajeron de Higuera Canaria; y en otra ocasión recurrió con un grupo de amigos a un poni para darle más realidad a una performance que se les fue un poco de la mano "porque el animal se escapó a la autovía".
Tanto empeño le ha supuesto cerca de 20 premios en distintos certámenes y envites. De monja, militar, arlequin o indiano. Enamorado de las minifaldas, pocos trajes le quedan por embutirse. Durante años fue todo un animador en los distintos carnavales y hasta se alistó en la primera murga conocida de la isla, Los Tupíos. Ahora los sigue viviendo con la misma intensidad y la tranquilidad de que la mayor parte de su legado no se perderá. "Dos de mis hijos vienen a coger aquí trajes cuando se acerca la jarana", resume entre risas.
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