El calentamiento antes de entrar en materia consta de un buen bocadillo de pollo y setas con mayonesa y un refresco. Comen los murgueros y también las familias. En el local no falta de nada. Si no es por eso, tras un largo día de trabajo, cualquiera aguanta hasta las doce o la una de la madrugada en pie poniéndole a las letras pasión y toda la energía de la que son capaces. Desde el mes de mayo ensayan todos los días para elevar sus voces y su interpretación a la altura del concurso porque esta aventura se la han tomado muy en serio.
Son 42 componentes. Los hay que son parientes y familiares pero, también, hay miembros destacados de otras murgas que han decidido apostar por el proyecto de Miguel y Moisés Díaz, hermanos y promotores del rescatado grupo. Excomponentes de los tan añorados Trasnochados, el exdirector de Los Trabas o el que lo fuera de la infantil Los Lenguas Largas son fichajes de esta murga.
“Somos gente de parranda”, dice Miguel, director de Los Caraduras e hijo del fundador de la murga de antaño; “de guitarra y garrafón”. En un principio, en el mes de mayo cuando comenzó a hacerse este sueño realidad, comenta Miguel, “éramos 18”. Después se fue sumando gente y por fin lo han conseguido.
Bajo la ventana que separa el habitáculo en donde tocan los percusionistas en el local, reza la frase, “No solo es una murga, es un sentimiento”. Así que el director de esta murga, que a juzgar por su soltura y sus letras incisivas hace honor a su nombre, dice que “no sé si ganaremos el concurso; lo más importante para nosotros es ganar el cariño del público”. Los Caraduras son cañeros, no en vano en una estrofa de uno de sus cuatro temas ya lo dicen: “No es que las murgas no innoven, es que nuestros problemas siguen siendo los mismos”.
Afinados y acopladas sus voces entonan crítica social y humor, sin ombliguismo. Miguel no revela demasiado de la presentación que harán en el escenario pero, se la han trabajado. En cuanto al pasacalle es una mezcla entre entrañable y pegadizo. También la imagen de Los Caraduras, un payaso de rostro pícaro con su gorra del séptimo de caballería con ambos pulgares erguidos, da pistas sobre la personalidad y las intenciones de esta nueva murga chicharrera.
En el año 1978, tan solo con la experiencia de un año ya obtuvieron el segundo premio de interpretación después de los Triqui-Traques.
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